Algunos fragmentos de diversos textos para reflexionar un poquito más sobre los VÍNCULOS ...
Los vínculos afectivos son una necesidad que forma
parte del proyecto de desarrollo de un niño recién nacido. Si esta necesidad no
es satisfecha, el niño, adolescente, joven o adulto sufrirá de
"aislamiento o carencia emocional".
Los vínculos de apego no sólo van establecerse con los padres o familiares directos sino que pueden producirse con otras personas próximas al niño (educadores, maestros, etc...).
Los vínculos de apego no sólo van establecerse con los padres o familiares directos sino que pueden producirse con otras personas próximas al niño (educadores, maestros, etc...).
Trabajando el vínculo afectivo con nuestros hijoS
Los estilos de vida actuales suponen nuevos retos para los
padres pero también para los profesionales de la salud mental infantil.
Actualmente podemos afirmar con contundencia que muchos de
los problemas que son motivo de consulta frecuente en los gabinetes de
psicología infantil tienen su origen y se mantienen a partir de determinadas
dinámicas y vivencias familiares. El niño que reclama constantemente la
atención de los padres, el oposicionista, el que enferma a menudo, el que de
repente deja de sacar buenas notas, entre otras situaciones, pueden ser el
reflejo de un malestar emocional en el niño o desatención afectiva que no
encuentra cauce de expresión por otras vías más normalizadas.
Ya no hay ninguna duda respecto al hecho de que la salud
mental en niños y adolescentes (también adultos) está condicionada en gran
medida por la cantidad y calidad de las relaciones afectivas que como padres
hemos sido capaces de construir con nuestros hijos desde la más temprana
infancia. No obstante, parece que la sociedad moderna no fomenta ni siquiera
valora con la importancia que se merece este hecho.
Hay un primer factor relevante y recurrente en la familia
actual: “la falta de tiempo para estar con los hijos”. Muchos padres justifican
así el hecho de que no hayan atendido debidamente las necesidades afectivas de
sus hijos desde las etapas más tempranas. Las consecuencias, si además se dan
otros factores asociados (separaciones, malos tratos, problemas económicos...)
pueden ser nefastas para integridad emocional del niño.

Un tercer factor lo podemos situar sobre circunstancias
sobrevenidas, a veces imprevistas, como los problemas de trabajo, económicos,
de relación en la pareja, etc. Estos factores pueden empeorar
significativamente la calidad de las relaciones entre los miembros de la
familia y crear un ambiente de inseguridad que puede resultar muy dañino para
los más pequeños.
Evidentemente, cada niño es un mundo y así lo es la forma en
que cada uno de ellos va a exteriorizar su malestar o desatención afectiva. Sea
como fuere, si somos capaces de fortalecer los vínculos afectivos, aún en las
situaciones difíciles, conseguiremos minimizar el riesgo de problemas
emocionales y de conducta en el futuro.
Las nuevas situaciones familiares
Hemos ya comentado algunas de las situaciones de “riesgo”
que pueden poner en peligro la vinculación afectiva adecuada entre padres e
hijos. A ello tenemos que unir las actuales circunstancias sociales y, en
concreto, las nuevas realidades familiares. En los últimos años, la familia
tradicional ha ido dejando paso a nuevas formas de familia, cada una de ellas
con sus peculiaridades, pero con un rasgo en común: la necesidad de fortalecer
el trabajo de vinculación con los hijos ya que, para ellos, en algunos casos,
las nuevas formas pueden suponer un desajuste emocional.
En concreto exponemos tres situaciones que pueden cursar con
una necesidad primero de entender y luego de trabajar la vinculación con los
hijos.
En España, los procesos de adopción se han incrementado
exponencialmente. Sólo el 10% aproximadamente son de niños nacidos en España.
El resto provienen de países extranjeros, principalmente Rusia y China.
Estos niños tienen la fortuna de ser recibidos por familias
acogedoras con una alta motivación por tener hijos y que suelen disponer de los
recursos afectivos y económicos para atenderlos. De lo que, frecuentemente, no
disponen los padres adoptivos es información concreta acerca de los síntomas y
comportamientos que son habituales en estos niños y la forma de ayudarlos.
Cada niño llega con su propia historia y vivencias
personales. Según la edad de adopción, puede haber pasado por diversas
instituciones, familias de acogida, etc. Todo ello suele suponer a edades
tempranas la imposibilidad de establecer una vinculación adecuada.
A pesar de que los padres adoptivos empezarán a cubrir esas
necesidades, las consecuencias de un apego o vinculación no establecida en su
momento, se manifestarán mediante conductas que suelen poner a prueba
constantemente el amor de sus padres y los lazos que tienen en común. Lo más
paradójico es que lo hacen mediante un proceso sutil de exigencias,
manipulaciones, mentiras e, incluso, utilizando comportamientos agresivos y
violentos hacia las personas que quieren. También, a veces, contra ellos mismos
(ver trastornos del vínculo).
Estas conductas son resistentes a cambiar y los procedimientos
tradicionales (refuerzo, castigo, etc.) no acaban de funcionar dado que su
origen es básicamente de tipo emocional. Por tanto, su tratamiento requiere
también reforzar los lazos afectivos y la vinculación.
Para conocer mejor las características de los niños
adoptados y algunas orientaciones para facilitar su integración, puede visitar
nuestra página: "Claves para comprender a los hijos adoptivos"
b) Hijos ante la separación de los padres
Es otra de las situaciones habituales hoy en día y que
supone un factor de riesgo importante para la autoestima e integridad emocional
de nuestros hijos. Aunque, en algunos casos, la separación pueda estar
justificada por el deterioramiento general de las relaciones de la pareja y
como mal menor, lo cierto es que siempre hay un impacto emocional en los
pequeños.
Cuando es posible, lo ideal es que ambos padres compartan
estrategias comunes respecto a la educación de los hijos y mantengan una
relación tranquila y amistosa. El mensaje que deben recibir los hijos es que
ambas figuras de vinculación comparten unos mismos principios y que van a
seguir a su lado afectivamente independientemente que ahora vivan separados,
tengan sus diferencias y estén sujetos al convenio de separación que hayan
alcanzado legalmente. Para alcanzar estos objetivos es esencial dar la imagen
de unidad en las cuestiones fundamentales que atañen a los hijos.
También se hace necesario evitar los errores comunes que
algunos padres cometen tras la separación. Entre otros:
* Utilizar al hijo
como aliado en contra del otro o como herramienta de chantaje.
* Hablar mal del
otro o culpabilizarle. Evitar la manipulación emocional.
* Intentar
comprar su afecto o compensarle con excesivos premios o regalos materiales lo
que puede suponer un agravio hacia la otra persona y una relación que al final
se fundamenta más en lo material que en lo afectivo.
* Crear dudas
acerca de su futuro o entrar en contradicciones con lo que le manifiesta la
otra parte al hijo.
* No engañarlo.
Según su edad, el niño tiene derecho a saber cual es la situación y cual su
futuro.
* Evitar nuevas
discusiones delante de los hijos ya sean presenciales o por teléfono.
* Si el hijo/os
están en régimen de compartidos, suavizar la transición de un hogar al otro. Lo
ideal sería compartir espacios comunes durante algún tiempo. Por ejemplo,
cuando toque el cambio de una casa a la otra, los progenitores separados pueden
quedar en un espacio público y compartir brevemente información de las
novedades que se han producido en el día a día de los niños. Esto puede dar
tranquilidad a los niños en el sentido de que ven que ambas partes comparten el
interés por ellos.
Sea como fuere, los hijos de padres separados deben ser
ayudados emocionalmente y debemos reforzar el trabajo de vinculación siguiendo
las pautas que más adelante se exponen.
(puede ver más información acerca de las orientaciones para
hijos de padres separados siguiendo este enlace)
Este tipo de familias también ha visto incrementado su
número en la sociedad actual. Diversas son las circunstancias. Desde parejas
separadas en la que la madre se hace cargo en exclusiva de los hijos a mujeres
que han decidido ser madres sin una pareja estable por inseminación artificial.
Son familias que también deberán trabajar adecuadamente los
procesos de vinculación dado que uno de los progenitores no está presente. Ello
puede suponer un reto para, generalmente la madre, dado que tendrá que
compaginar el tiempo empleado para generar los ingresos necesarios para
subsistir con la dedicación suficiente hacia su hijo o hijos.
Si los espacios que tenemos con nuestro hijo son mínimos
sólo podremos compensarle intentando mejorar la calidad de esa relación. Es
decir, acompañándolo en sus juegos, escuchándole y haciéndole ver que aunque no
estemos todo el tiempo con él, seguimos ahí para cuando nos necesite. Hoy en
día podemos aprovechar la telefonía móvil y otras para comunicarnos en la
distancia. De todas formas, los tiempos necesarios nos los marcan siempre los
niños y sus circunstancias pasadas y presentes. Debemos ser sensibles a sus
demandas.
Un error que debemos evitar y que suele darse en este tipo
de familias es el de la sobreprotección o excesiva dependencia de una persona.
No hay que confundir dar atención afectiva y soporte emocional incondicional
con crear una estructura de funcionamiento donde el niño se le impide realizar
determinadas actividades por temores irracionales de los adultos (según edad:
no ir de excursión con el colegio, no efectuar salidas que no sean con la
madre, etc.). Debemos ser capaces de proporcionar seguridad y afecto pero
también autonomía.
Finalmente resaltar la importancia que terceras personas
pueden asumir en estas familias. Abuelos, tíos, etc., pueden constituirse,
según las circunstancias, en figuras importantes de vinculación y, por tanto,
estar sujetas a las recomendaciones que a continuación se exponen.
3- Algunas sugerencias para mejorar la vinculación
Primero debemos tener en cuenta que crear unos lazos afectivos
saludables con los hijos no sólo es cuestión de dedicar más tiempo sino buscar
la calidad en esas relaciones. Es decir, no basta con que estemos cerca de
ellos físicamente durante cierto tiempo sino que haya una relación dual
adecuada, de comunicación y expresión de sentimientos.
a) Saber escuchar a nuestros hijos es la clave.
A muchos padres les parecerá trivial pequeñas anécdotas del
colegio u otras que el hijo puede explicar comparadas con sus propios
problemas. No obstante, puede que para ese hijo aquello tenga una importancia
que transcienda a la comprensión o valoración del propio padre. Los adultos
procesamos los problemas de forma diferente a los niños y nuestras claves de
interpretación son sustancialmente diferentes a las que ellos utilizan. Por
tanto ante cualquier demanda del niño debemos tener tiempo para escucharle.
Lo que nos importa como padres no es tanto solucionar el
“problema puntual” de nuestro hijo sino lanzarle un mensaje muy potente que
transciende al propio problema, a saber: “Tus padres están ahí para escucharte
y ayudarte en lo que necesites”.
Esta es la mejor base para que los niños crezcan
emocionalmente fuertes y reduzcamos los miedos y conductas desadaptadas a
partir del reforzamiento de su propia seguridad afectiva.
Cuando el niño llega a la adolescencia los deberes ya deben
estar hechos. Si los procesos de vinculación se han establecido correctamente,
los problemas durante este período se minimizarán. El adolescente será capaz de
verbalizar sus emociones y sentimientos y buscar el consejo de los padres
cuando lo requiera. Hay que recordar al respecto que las figuras principales de
vinculación durante la adolescencia son los iguales (amigos, compañeros) y los
padres pasan a ser unos referentes secundarios en ese momento. No obstante,
para los adolescentes que han sido capaces de desarrollar un apego seguro con
sus padres seguirán necesitando su apoyo incondicional para ir superando los
nuevos retos de la etapa. Como padres deberemos estar en la retaguardia
preparados para escuchar y aconsejar cuando así se nos demande.
b) La empatía parental
La capacidad de percibir los signos emocionales del niño por
las que manifiesta sus necesidades de atención afectiva y saberles dar la
respuesta adecuada por parte de los padres es lo que denominamos empatía
parental.

c) El concepto de Resilencia parental
La Resilencia es un concepto que hace referencia a la
capacidad de ciertas personas, también en los niños, para hacer frente a los factores
y circunstancias adversas que nos depara la vida.
Los sujetos con resilencia son capaces de seguir
construyendo su futuro de forma equilibrada y sana pese a las experiencias
difíciles, los traumas vividos y las carencias afectivas tempranas. Podríamos
decir que hay un cierto aprendizaje de las malas experiencias y un deseo que
impulsa a estas personas a construir estrategias alternativas para llegar a
funcionar mejor en todos los ámbitos, incluido el familiar, pese a las
circunstancias adversas.
La resilencia es, por tanto, una de las habilidades básicas
fundamentales deseables y esperables en los padres. No obstante, el desarrollo
de esta capacidad es posible tanto para los padres como para los hijos y de su
establecimiento en los más pequeños va a depender de la existencia de una
parentalidad sana, competente y que sirva de modelo adecuado.
Los padres resilientes tienen la capacidad de establecer un
vínculo afectivo (apego) a partir de procurar los necesarios cuidados tanto
físicos (comida, higiene, etc.) como afectivos (amor incondicional, tiempos
comunes, proximidad afectiva, etc.). No obstante, deben ser capaces,
paralelamente a estos cuidados básicos, de compartir con sus hijos la idea de
que el crecimiento y el desarrollo de todos los seres humanos y el de ellos, en
particular, pasa por una serie de desafíos que forman parte de la vida y que
algunos de ellos les provocarán dolor y frustración, pero que si confían en sus
propios recursos y el apoyo de los suyos, podrán salir adelante.
Estos padres, en definitiva, tienen la capacidad de tomar el
timón de sus vidas, saben identificar y analizar las situaciones problemáticas
que afectan a la familia y tomar las decisiones oportunas con solicitud de
ayuda si lo consideran necesario. Esto no lo hacen tanto desde el desánimo sino
como de la voluntad e iniciativa de cambiar las cosas por el bien de toda la
familia.
d ) Aprender a hablar de nuestros sentimientos y emociones
En los espacios comunes, cuando escuchemos y hablemos con
nuestros hijos, debemos ser capaces de introducir el factor emocional. Debemos
enseñarles a identificar sus emociones para que así puedan encauzarlas
debidamente. Para ello debemos atender a lo que hace cada día (ir al colegio,
de excursión, etc.), pero fundamentalmente a cómo se ha sentido en las diversas
situaciones (triste, alegre, enfadado, rabioso, etc.).
Enseñarles a hablar acerca de sus sentimientos supone un
buen recurso para construir una personalidad sana.
No se trata de que los padres hagamos un interrogatorio exhaustivo
cada día, sino que seamos capaces de introducir estos elementos cuando se
produzcan situaciones que así lo aconsejan (por ejemplo: un día en el que llega
del cole llorando).
Un buen momento también para hablar de las emociones es
cuando nuestro hijo ha tenido algún berrinche o mala conducta en casa. En estos
casos es mejor dejar los “razonamientos” para más tarde cuando las cosas han
vuelto a la normalidad. Un buen momento puede ser por la noche justo antes de
acostarse. Entonces podemos analizar lo ocurrido y sacar las emociones de unos
y otros. Los padres pueden manifestar su tristeza y decepción por la conducta
de su hijo y éste explicará cómo se ha sentido antes y después de lo ocurrido.
Todo ello independientemente de la sanción o castigo que hayan determinado los
padres.
Los padres son los referentes y los modelos principales
hasta, al menos, la adolescencia.
Construir lazos afectivos significa también crear un entorno
coherente y predecible. Si exigimos a nuestros hijos comportamientos o
actitudes que son contrarias a nuestra propia forma de actuar, crearemos dudas
y desorientación.
Es aconsejable que incluso cuando se dan conflictos serios
entre la pareja, seamos capaces de consensuar unas líneas educativas comunes de
actuación con ellos independientemente de nuestras diferencias como adultos.
En caso de separaciones sabemos que uno de los peores
peligros que tienen nuestros hijos es el trato diferencial y la manipulación en
contra del otro por parte de algunas personas irresponsables o egoístas dado
que anteponen sus propios intereses a los del hijo en común.
f) Fomentar los estilos democráticos
Este estilo educativo denominado "democrático" y
considerado como el óptimo, según algunos estudios, se caracteriza por que el
niño se siente amado y aceptado, pero también comprende la necesidad de las
reglas de conducta y las opiniones o creencias que sus padres consideran que
han de seguirse. Como padres debemos saber ser generosos pero, a la vez, es
imprescindible establecer límites claros a las conductas y demandas de nuestros
hijos. Si así no se hace, las demandas aumentarán y la percepción del niño será
de que tiene el control sobre nosotros y que sus solicitudes son derechos
reales a los que no tiene por qué renunciar.
Reforzar la vinculación y proporcionales afecto no significa
ceder a todas sus demandas.
Dedicar más tiempo con los hijos es siempre una buena
elección pero deberemos también buscar una mejora en la calidad del mismo. De
nada nos servirá estar todo el día con nuestros hijos si ello no nos
proporciona espacios comunes de juego y comunicación. Los juegos familiares, la
lectura de cuentos a los más pequeños, el poder hablar de temas de su interés a
los adolescentes, etc. son actividades esenciales para potenciar los lazos
afectivos.
Es también muy importante hablar sobre lo que sucede y nos
preocupa en el día a día. Actualmente la televisión, las nuevas tecnologías,
etc, nos roban espacios comunes y se hace más difícil el intercambio de
experiencias entre padres e hijos. Hay que buscar o crear los espacios
necesarios si no existen.
Para crear espacios de comunicación de forma estructurada
(cuando éstos no existen o son escasos) puede resultar útil introducir lo que
llamamos Diario Emocional. Se trata de una pequeña libreta (escogida por el
niño) donde va anotando las pequeñas incidencias del día (bajo supervisión de
los padres) y también lo más importante: las diferentes emociones implicadas.
Es un ejercicio de reconocimiento y trabajo sobre las emociones que ayuda a los
niños a expresar sus sentimientos y a los padres a conocerlos para poder
ayudarles más eficazmente y prevenir la aparición de conductas no deseadas.
"El éxito como personas de nuestros hijos en un futuro
no dependerá de lo que les hemos podido dar materialmente, sino de la
intensidad y calidad de las relaciones afectivas que hemos sido capaces de
construir con ellos desde la infancia.”
no olvidar nunca esta frase :
un fuerte enlace emocional con los padres durante la infancia,
es un precursos de relaciones seguras y empáticas en la edad adulta ....cipichicos
El Apego
1- Introducción
La especie humana tiene una larga historia. Ello nos ha hecho evolucionar de una determinada manera, configurando aspectos de nuestras necesidades básicas como seres humanos. El niño nace programado para sobrevivir en determinadas condiciones pero también bajo la necesidad de que sus necesidades básicas sean cubiertas. Estas pueden resumirse en:
1-Necesidades fisiológicas (alimentación, higiene, sueño, etc...).
2-Necesidad de protección ante posibles peligros (reales o imaginarios).
3-Necesidad de explorar su entorno.
4-Necesidad de jugar.
5-Necesidad de establecer vínculos afectivos.
Los vínculos afectivos son una necesidad que forma parte del proyecto de desarrollo de un niño recién nacido. Si esta necesidad no es satisfecha, el niño, adolescente, joven o adulto sufrirá de "aislamiento o carencia emocional".
El Apego (o vínculo afectivo) es una relación especial que el niño establece con un número reducido de personas. Es un lazo afectivo que se forma entre él mismo y cada una de estas personas, un lazo que le impulsa a buscar la proximidad y el contacto con ellas a lo largo del tiempo. Es, sin duda, un mecanismo innato por el que el niño busca seguridad. Las conductas de apego se hacen más relevantes en aquellas situaciones que el niño percibe como más amenazantes (enfermedades, caídas, separaciones, peleas con otros niños....). El llorar es uno de los principales mecanismos por el que se produce la llamada o reclamo de la figura de apego. Más adelante, cuando el niño adquiere nuevas capacidades verbales y motoras, no necesita recurrir con tanta frecuencia al lloro. Una adecuada relación con las figuras de apego conlleva sentimientos de seguridad asociados a su proximidad o contacto y su perdida, real o imaginaria genera angustia.
Los vínculos de apego no sólo van establecerse con los padres o familiares directos sino que pueden producirse con otras personas próximas al niño (educadores, maestros, etc...).
2- Figura principal de apego: la madre
Si bien tradicionalmente la figura con la que se establece el vinculo de apego más fuerte ha sido con la madre, hoy en día asistimos a una acentuación de la implicación del padre en los cuidados de la primera infancia. Motivos de horarios laborales, número de hijos, recursos económicos, etc, determinan la necesidad de una corresponsabilidad por parte ambos progenitores en las labores de atención al bebé. Aún aceptando esta realidad, no hay que perder de vista que desde un punto de vista biológico y evolutivo, es la madre la que está en disposición de efectuar una relación especialmente fuerte con el hijo. La importancia del buen establecimiento del vínculo de apego, ya en las primeras etapas, va tener unas consecuencias concretas en el desarrollo evolutivo del niño. Podemos afirmar con rotundidad que dedicar tiempo al bebé, en una interacción de cuidado y atención, por parte de las figuras de apego, es la mejor inversión para garantizar la estabilidad emocional del niño en su desarrollo.
El vinculo de apego no debe entenderse como una relación demasiado proteccionista por parte de la madre hacia el bebé, sino como la construcción de una relación afectiva en la que la atención y los cuidados de la madre en las primeras etapas (el niño se siente atendido en sus necesidades), va a propiciar la paulatina adquisición, desde una plataforma emocional adecuada, de los diferentes aprendizajes y, por tanto, de los primeras conductas autónomas.
Si bien el niño quizás tardará unos meses en desarrollar el apego hacia la figura principal, el vinculo emocional de la madre hacia el bebé se desarrolla rápidamente teniendo lugar en los momentos posteriores al parto.
El apego puede formarse con una o varias personas, pero siempre con un grupo reducido. La existencia de varias figuras de apego es, en general, la mejor profilaxis de un adecuado desarrollo afectivo dado que el ambiente de adaptación del niño es el clan familiar y no la relación dual madre-hijo.
3- Guarderias
Como se verá más adelante, el momento en que el niño experimenta un vínculo de apego más fuerte es alrededor de los 2 años de edad, produciéndose un alto nivel de protestas ante la separación de la figura de apego y la aparición de personas nuevas o extrañas.
Esta etapa suele coincidir con la incorporación de muchos niños a las guarderías y algunos de ellos pueden vivir este cambio del entorno vital con cierta angustia. Los primeros días pueden significar un verdadero suplicio por parte del niño y también de la madre. La guardería supone la primera salida del niño de su entorno más próximo. Supone también el momento de empezar a asimilar los diferentes aprendizajes y, lo que es más importante, el inicio de la relación con sus iguales (sus compañeros). El niño pasa de ser el protagonista a ser uno más dentro de un colectivo y esto puede crearle cierto desasosiego.
La incorporación de un niño con dos años o menos, no debería efectuarse de forma repentina y con tiempos prolongados, probablemente bajo las presiones laborales, necesidades horarias u de otro tipo por parte de los padres.
Lo ideal es que los primeros contactos se produzcan en compañía de la madre u otras figuras de apego secundarios (abuelos, tíos...) por tiempos breves para posteriormente irlo dejando sólo en intervalos más espaciados. Hay que tener en cuenta que a edades de 1o 2 años, el niño no dispone de estructuras cognitivas suficientemente maduras como para interpretar que, la separación de su madre en un entorno nuevo, es un hecho temporal. La marcha de la madre es vivida, en un primer momento, como una pérdida real e irreparable (no entiende que más tarde vendrá a recogerle) y los mecanismos innatos de supervivencia se ponen en marcha (llanto, pataletas...). La angustia o ansiedad de separación puede dispararse en algunos casos. No se trata tampoco de dramatizar la situación pero sí de minimizar sus posibles consecuencias negativas.
Al respecto, es de elogiar las empresas que han creado en su seno guarderías para los hijos de sus trabajadores, proporcionándoles un entorno más cercano y fomentando una interacción más frecuente.
Es fundamental, en la educación del niño, proporcionarle una cierta seguridad afectiva (que no de sobre-protección) para que pueda construir su personalidad sobre una plataforma más sólida. Si el niño percibe, desde edades muy tempranas, que sus padres están a su lado (no para concederle todos los caprichos, sino para ayudarle en el sentido más amplio) crecerá con mayor seguridad y autonomía.
Sabemos que vínculos de apego no establecidos debidamente a su tiempo pueden repercutir en la posterior relación social y con los padres. La confianza, la seguridad en uno mismo, el respeto al otro, empiezan a construirse antes de lo que creemos.
Hoy en día, por desgracia, es habitual encontrar en la conducta problemática de muchos adolescentes, vínculos de apego no establecidos desde las primeras etapas. No se puede construir la relación de los hijos sólo a base de proporcionarles necesidades materiales. El escucharles, el intentar conectar con lo que les preocupa en el día a día , el establecer espacios de tiempo y de calidad de juego con ellos, son vitales para construir una sólida relación padres-hijos.
"El éxito con nuestros hijos en un futuro no se medirá por lo que les hemos dado materialmente, sino por la intensidad y calidad de las relaciones afectivas que hemos sido capaces de construir con ellos desde la infancia".
4- Curso del apego
Fase 1 (desde el nacimiento a los 2 meses)
En inicio, los bebés no centran su atención exclusivamente en sus madres y suelen responder positivamente delante cualquier persona. Sin embargo, los neonatos, ya vienen al mundo con un cierto número de respuestas innatas diseñadas para atraer a la madre cerca (llanto) y mantenerla próxima (mostrándose sonriente o tranquilo). Y aunque, en esta etapa, no esté todavía maduro el vínculo de apego con la madre o cuidador, sí se ha comprobado que los recién nacidos prefieren mirar a sus madres que a un desconocido.
Fase 2 (desde los 2 a los 7 meses)
Durante esta segunda etapa los bebés van consolidando los vínculos afectivos con la madre, padre o cuidador y dirigen hacia ellos sus respuestas sociales. Aunque todavía aceptan extraños, les otorgan menor atención.
A lo largo de este período el bebé y su cuidador desarrollan pautas de interacción que les permiten comunicarse y establecer una relación especial entre ellos.
Fase 3 (desde los 7 a los 24 meses)
El Apego se hace más evidente siendo muy fuerte alrededor de los 2 años. Ahora las conductas de apego van a configurarse alrededor del desarrollo evolutivo en 2 áreas concretas: la emocional y la del desarrollo físico. Con el mayor nivel de capacidades cognitivas asumidas en esta etapa, los bebés empiezan a distinguir lo extraño de lo habitual y ahora suelen reaccionar negativamente ante situaciones o personas desconocidas. Apartarse de la figura de apego supone producir protestas por la separación que implican llantos y la búsqueda de la madre. Por su parte el desarrollo físico (el niño empieza primero a gatear para luego pasar a la posición erguida y a dar sus primeros pasos), supone adquirir un control respecto al lugar donde se encuentra. Ahora, si desea no separarse de su madre, podrá dirigirse hacia ella en lugar de reclamar su presencia mediante el llanto. El niño gana independencia gracias a sus nuevas capacidades de locomoción, verbales e intelectuales. Este proceso es siempre conflictivo porque exige readaptaciones continuas con ganancias y pérdidas de ciertos privilegios. Por ello suele ir acompañado de deseos ambivalentes de avanzar y retroceder.
5- Determinantes del apego
Se cree que las madres que son más sensibles ante las necesidades de los bebés y que ajustan su conducta a los de estos, tienen mayores probabilidades de establecer una relación de apego segura. Estas madres reaccionan rápidamente a las señales que emiten sus hijos como el reclamo de comida, identificando cuando están satisfechos y respetando sus ritmos de vigilia-sueño. Ante el reclamo mediante el llanto son más eficaces en acunar o confortar en sus brazos al bebé. Son madres cariñosas, alegres y tiernas siendo así percibido por el niño. Evidentemente no sólo cómo se comporta la madre resulta vital para el vínculo. La forma en que reacciona el niño, su temperamento, es también importante en el tipo de relación que se va a establecer. No hay dos bebés iguales. En el caso de que estos sean de temperamento difícil o irritable puede favorecer en la madre o cuidador una respuesta menos adecuada y, por tanto, aumentar las probabilidades de un apego menos seguro.
Con frecuencia se ha planteado desde la psicología por qué algunas madres responden de forma más sensible a sus bebés. Una respuesta bastante válida hace referencia a los recuerdos de las madres de sus propias experiencias infantiles. Una investigación efectuada al respecto (Main y Goldwyn, 1.998) clasificaba a las madres en 3 grandes grupos. El grupo primero lo formaban las madres denominadas autónomas. Estas madres se caracterizaban por presentar una imagen objetiva y equilibrada de su infancia, siendo conscientes de las experiencias positivas y de las negativas. El segundo grupo se denominó madres preocupadas. Se caracterizaban por su tendencia a explicar de forma extensa sus primeras experiencias vitales con un tono muy emocional y, en ocasiones, confuso. Finalmente el grupo tercero lo formaban madres a las que se llamó indecisas. Estas últimas constituían un grupo que había experimentado algún trauma con la relación de apego y que aún no han resuelto. Es el caso de los niños maltratados o que han perdido alguno de los padres.
La hipótesis que subyace en este estudio es que los recuerdos y sentimientos de las madres sobre su propia seguridad de apego se expresará en sus atenciones hacia su hijo y así influirá en su relación. Diversos estudios han verificado que estas clasificaciones son bastante predictoras de las pautas de apego que formarán con sus hijos.
6- Efecto del apego en otras coductas
En líneas generales podemos afirmar que los bebés que presentan un apego seguro exhiben una diversidad de otros caracteres positivos que no se encuentran en el caso de bebés cuyas relaciones de apego son de menor calidad. Una de ellas es la competencia cognitiva del niño. Muchos experimentos ponen de relieve la mayor capacidad de solución de problemas en niños con apego seguro. Igualmente serían más competentes socialmente, más cooperadores y obedientes.
Esto no significa, sin embargo, que los bebés con apego inseguro estén predestinados a tener problemas. En algunos casos, la experiencia en la guardería, puede ser beneficiosa y poner de relieve que, independientemente del nivel de apego, otras circunstancias del entorno pueden ser también relevantes en las competencias posteriores del niño. Aún y así, defendemos la importancia de establecer vínculos de apego satisfactorios, desde los primeros meses de vida, como situación idónea para minimizar muchos problemas posteriores.
7- El apego en etapas posteriores
Los vínculos de apego van a seguir su curso durante todo el ciclo evolutivo con las transformaciones y adecuaciones que cada edad requiere. A lo largo de todo el período escolar se suelen mantener como figuras de apego los padres (la madre, casi siempre en primer lugar y con carácter secundario los hermanos y otros familiares). Paulatinamente el niño va tolerando mejor las separaciones cada vez más largas, el contacto físico no es tan estrecho y las conductas exploratorias no precisan de la presencia física de las figuras de apego. Sin embargo, en momentos de aflicción, pueden activarse en gran manera las conductas de apego con reacciones similares a la de los primeros años.
Durante la adolescencia las figuras de apego suelen ser, por este orden, la madre (que sigue en primer lugar), padre, hermano, hermana, amigo y pareja sexual. La madre sigue siendo la figura central de apego. A diferencia de épocas anteriores, ahora puede ocurrir que se incorpore como figura de apego, alguna persona ajena a la familia (amigos).
Progresivamente los adolescentes se van distanciando más de las figuras de apego y aparece un cierto rechazo como forma de buscar su propia identidad. El deseo ya no es estar con las figuras de apego sino que éstas estén disponibles para casos de necesidad. Es un proceso natural por el que no hay que temer si se han hecho bien las cosas. El adolescente ha iniciado ya el camino de las relaciones sociales y los vínculos de amistad que marcan el inicio del camino hacia el encuentro de la etapa adulta.
Si la relación de apego se estableció de forma adecuada en los períodos críticos, el lazo afectivo que vincula a padres e hijos trascenderá a la época adolescente y es probable que se prolongue toda la vida.
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